sábado, 14 de marzo de 2020

La era del confinamiento

Permítanme una cita cinematográfica como punto de partida. La película se llama Wall-E. Un pequeño robot rastrea un abandonado y desértico planeta Tierra en busca de rastros de vida. Más adelante, entra en contacto con los supervivientes de los humanos. Estos viven en una gigantesca nave, postrados en una especie de vehículos tipo tumbona y enganchados a pantallas individuales, sin contacto entre ellos y continuamente entretenidos, en la inopia. Pero la nave tiene un capitán, un tipo decidido que, ante el hallazgo de una pequeña planta que ha crecido en la Tierra, decide poner rumbo al planeta de sus antepasados.


Entonces, el ordenador de a bordo, cuya misión es salvaguardar la supervivencia de la especie humana, le advierte del riesgo que corren si vuelven allí. “Si os quedáis, sobreviviréis”, le aconseja la máquina. “¡Pero yo quiero vivir!”, clama el capitán, ilusionado, antes de poner rumbo a la aventura terrícola.


Espero no tener que explicar mucho la diferencia entre sobrevivir y vivir. Sobrevivir es mantener las constantes vitales. No es necesario ni siquiera ser consciente de ello, ni estar agradecido por cada nuevo día, ni siquiera es necesario disfrutar; de hecho, hay quien reconoce más mérito a los que no saben más que sufrir y conciben la vida como una tortura.


En la nave de la película, los humanos obesos y pasivos, en la inopia, no sufrían, pero tampoco tenían horizontes, expectativas, ilusiones, decepciones, retos. Sólo vegetaban, ese acertado verbo que conecta un estado casi inerte descrito en medicina y el pasto de los animales herbívoros, y, no nos engañemos, ni siquiera estos últimos nos gustan tanto como los carnívoros, estrellas de los documentales de animales.


Porque la vida también es riesgo. Sentirse vivo tiene mucho que ver con no dar la continuidad de la vida por supuesta. A los humanos de Wall-E se les garantiza la vida, la existencia, no tienen que luchar por nada, no tienen que cobrar pieza alguna, no se lo tienen que currar, vamos, y además no hacen nada emocionante (ya hemos señalado que ni siquiera interactúan).


Y así nos quiere dejar el Gobierno ahora: unos en casa, enfrascados en pantallas o libros, y otros que van a poder salir… lo justo para servir al sistema productivo para que este no se hunda.


Y éste es el debate para mí, el que se debería abordar antes que cualquier otro. Por eso no he mencionado todavía al maldito virus viral, si se me permite el juego, hegemónico ya en conversaciones, medios, mentes… Han desaparecido todos los problemas previos, ya tenemos pagada la hipoteca, tiempo libre para conciliar vida laboral y familia, sueldos que nos permiten un consumo desahogado… Ah, ¿que no? ¿Que el sistema quiere mantenernos con vida… pero en peores condiciones, con libertades, ocio, esparcimiento, contactos, relaciones… restringidos? Conmigo, que no cuenten.


Nos dicen que estas medidas van a durar unas semanas. ¿Seguro? ¿Seguro que son reversibles? ¿Que nos van a devolver nuestro estilo de vida después?


Así que, antes que preguntarte si estás a salvo de morir por esta nueva epidemia, pregúntate si estabas viviendo antes. Porque sobrevivir no es vivir.

Bienvenidos a la era del confinamiento.


"Y tú que te preocupas por culpa del futuro, cuando ya no te quede será cuando te enteres" (Extremoduro).





Viñetas de Kanif Beruna.

jueves, 9 de enero de 2020

Por el libre albedrío

Buenas tardes.


Expondré primero los hechos que conozco, antes de titular u opinar nada.


"Pese a que Beñat Irastorza Catalán, desaparecido el pasado viernes en Donostia, dio señales de vida ayer y contactó con su familia, la Guardia Municipal mantiene abierta la investigación para conocer su paradero según han puntualizado fuentes municipales.  Beñat Irastorza Catalán llamó ayer a su familia y se encuentra en buen estado, según ha informado […]"
Un chico, de nombre Beñat, se encuentra en paradero desconocido. Al parecer, estaba bajo tratamiento psiquiátrico. Tiene 19 años. Según el alcalde, Eneko Goia, de esta ciudad, Donostia-San Sebastián, donde el chico desapareció hace pocos días, él mismo se puso en contacto con su familia para expresarles que estaba bien.

Acabo de ver en Facebook cómo un par de amigas mías han compartido el cartel de Se busca donde se indica la descripción física, la vestimenta que llevaba cuando se marchó y lo del tratamiento.

He escrito "se marchó". Porque los indicios apuntan a que se trata de una desaparición voluntaria. Pero siguen buscándole. Porque los que tenemos trastornos o etiquetas psiquiátricas no tenemos derecho a desaparecer como los demás. No tenemos derecho a tener nuestra propia vida. Todo el mundo sabe lo que es mejor para nosotros. Tratamientos que nos anulan y privan de poder estudiar, trabajar en empleos dignos, a veces incluso tener una familia.

Me dan ganas de gritar "Corre por tu vida, Beñat". Porque la vida no es sobrevivir, la vida es otra cosa. Algo que merece ser exprimido, disfrutado en plenitud, y no este puto limbo, esta puta tierra de nadie en la que me hallo.

Tal vez deba seguir sus pasos... Espero que nadie de mi familia lea esto. Más os vale a los que sí lo leáis.

Un saludo


lunes, 16 de diciembre de 2019

No ser sí que duele

No ser sí que duele

No sentía. No padecía. Todo era vacío dentro y a su alrededor. Vaciado como con una cuchara, que duele más.


Los fármacos no vinieron sino a reforzar la anestesia, aislarlo del exterior y sumirlo en la autocomplacencia.


La salida del túnel vino lubricada por lágrimas de alegría.


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Recién presentado por mí al concurso de relatos de AGIFES, que este año gira en torno a la depresión.