martes, 20 de agosto de 2013

Luto por un pobre esquirol

Ahora mismo estoy de luto. Por el chaval que ha muerto en Londres por sobrecarga de curro. Me ha parecido leer, sin entrar en detalles, que llevaba 72 horas seguidas trabajando. Cada vez nos parecemos más a China, mi bestia negra (mía particular porque no consigo contagiar el terror que me genera).
Pero congratulémonos de dos cosas: la primera, que esto ha sido noticia; porque cuando un fenómeno es noticia, no está generalizado. Y la segunda, que servirá de algo. Sí, parece que ya no se puede ver el lado positivo de una muerte, pero esta, como muchas otras, la tiene para los demás: su fallecimiento servirá como llamada de alerta y moverá a la prevención.

En una España devorada por el 27% de desempleo, parece que los que tienen trabajo, antes obligación y ahora una suerte, según decimos (yo también, como desempleado, he caído en eso), no se pueden quejar, y la patronal gana cada vez más terreno, ansiosa por recuperar las cotas de explotación anteriores al estado del bienestar.
¿Pero estamos locos? Señores grandes empresarios (me fío más de los pequeños): se están cargando, con el desempleo y la bajada de sueldos, el pilar de su propio bienestar, o bueno, el del bienestar de su clase: la sociedad de consumo.
Así es. Porque en eso consistía la rueda. El consumo era como el ciclo de la vida de nuestro sistema económico. La mano de obra era a la vez masa de consumidores, y así los productos tenían salida. Pero con una clase media, que yo ya ni llamaría media, cada vez más depauperada, la llevamos clara.
Por supuesto, no abogo por el consumismo feroz, tan solo por un equilibrio, poder vivir y tener algo de poder adquisitivo, un mejor reparto de la riqueza. No puede ser que los empresarios españoles sean los que más cobran de Europa, más que los alemanes y 20 y tantas veces más que sus trabajadores, mientras miles de niños pasan hambre.
Y que sea un sistema sostenible. Es decir, que el consumo se ajuste a la capacidad de regenaración del planeta.
Pero me temo que el poder económico está en manos de una casta avariciosa y corta de miras a la que habrá que derribar por las buenas o por las malas.

Ah, el título polémico: bueno, yo entiendo al chaval. A su edad, preocupado por el futuro, empujado por su entorno más cercano o más amplio, queriendo hacer méritos... el explotado ideal. No seas como él, siempre te llegará para un cartón de vino.

Y confieso. Confieso que yo me parecía a él, tanto que incluso me dejé la cabeza en el trabajo, la perdí, y con ella también el puesto. Pero de eso hace ya casi cuatro años.

 Si el trabajo no te deja vivir, déjalo, antes de que sea tarde.

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